Vivimos días muy agitados y me parece que los que se agitan somos pocos. Siempre me gusto aquel dicho que llama a ser parte de la historia y no un simple espectador. En nuestra cotidiana existencia somos puntos, simples puntos. Unidos somos realmente vida. Vida que clama justicia. Justicia que clama libertad. A mí me dan rabia los espectadores. Los que se sientan a ver con complacencia y morbo (pocas veces con indignación) lo que pasa con los otros. Esos otros que no son otra cosa que nosotros mismos.
Sin embargo, ahí están, el pretendido intelectual, la niña “inteligente”, los extraviados y extraviadas que por azar cayeron por aquí, justo aquí, en la especialidad de Ciencias Sociales, o en alguna Facultad de Humanidades. Es lamentable verlos. Creo sería más tolerante si a las personas a las que me refiero fueran de otras facultades. Alguna ingeniería, u otra cosa, menos alguna facultad relacionada con las Ciencias Sociales.
La ideología neoliberal que nos metieron a patadas en todos los aspectos de nuestra vida penetró tan profundo en la mente de todos que, claro, es difícil sacártela de la cabeza. Los valores neoliberales son como tumores. Crecen y te carcomen de a poquito. Cuando te percates de ello (si es que llegas a hacerlo) estarás ahí trabajando como esclavo sin poder exigir respeto a tus derechos laborales; disfrutando como imbécil (si es que tienes tiempo) tu absurdo consumismo, descansando la siesta con el televisor prendido, con las noticias de un golpe militar allá en un lejano país caribeño o con las nalgas de alguna exuberante modelo-mercancía. No importa, son solo otros. Es mejor para muchos no ver el sufrimiento -o la cagada que se hace- de los otros. Mientras no me afecte a mí, que tanto, que siga pasando. Cuando entenderemos que somos nosotros también esos otros.
Salimos a las calles y gritamos. Son cojudeces –dicen algunos-, mientras hacen una mueca de asco. Si nos disparan y alguno de nosotros muere. “Ves, por eso es mejor no salir a protestar”. Si mueren muchos más. “Ay que pena me da”, y siguen con su vida.
Soy consciente que no debo criticar por criticar, hay tantas vidas que se viven por vivir, como tantas otras que se viven a diario por sobrevivir. Tantos problemas, tantas dificultades, tanta miseria que ronda nuestro hogar, tantas responsabilidades que cargar. Y sin embargo, estoy seguro que podrías, dejar de pensar un momento en tus problemas, o en tus lujitos, y pensar un poquito en todos, esos todos que somos la humanidad, y que hoy morimos como siempre, la gran mayoría porque no le dieron esperanza de vida, otras porque vivieron sin esperanza, y otras más porque jamás comprendieron que podían tener esperanza. En nuestro país se mueren de frío en Puno, dicen, pero yo digo que no es cierto, se mueren de indiferencia. Se mueren porque el orden económico y criminal que mantiene a la gran mayoría en la miseria seguirá intacto si no hacemos algo al respecto. “Hacer” es una palabra con tantas connotaciones, pero sin duda, nada tiene que ver con ser un simple espectador sino más bien con ser parte de esta historia que construimos juntos.
Sin embargo, ahí están, el pretendido intelectual, la niña “inteligente”, los extraviados y extraviadas que por azar cayeron por aquí, justo aquí, en la especialidad de Ciencias Sociales, o en alguna Facultad de Humanidades. Es lamentable verlos. Creo sería más tolerante si a las personas a las que me refiero fueran de otras facultades. Alguna ingeniería, u otra cosa, menos alguna facultad relacionada con las Ciencias Sociales.
La ideología neoliberal que nos metieron a patadas en todos los aspectos de nuestra vida penetró tan profundo en la mente de todos que, claro, es difícil sacártela de la cabeza. Los valores neoliberales son como tumores. Crecen y te carcomen de a poquito. Cuando te percates de ello (si es que llegas a hacerlo) estarás ahí trabajando como esclavo sin poder exigir respeto a tus derechos laborales; disfrutando como imbécil (si es que tienes tiempo) tu absurdo consumismo, descansando la siesta con el televisor prendido, con las noticias de un golpe militar allá en un lejano país caribeño o con las nalgas de alguna exuberante modelo-mercancía. No importa, son solo otros. Es mejor para muchos no ver el sufrimiento -o la cagada que se hace- de los otros. Mientras no me afecte a mí, que tanto, que siga pasando. Cuando entenderemos que somos nosotros también esos otros.
Salimos a las calles y gritamos. Son cojudeces –dicen algunos-, mientras hacen una mueca de asco. Si nos disparan y alguno de nosotros muere. “Ves, por eso es mejor no salir a protestar”. Si mueren muchos más. “Ay que pena me da”, y siguen con su vida.
Soy consciente que no debo criticar por criticar, hay tantas vidas que se viven por vivir, como tantas otras que se viven a diario por sobrevivir. Tantos problemas, tantas dificultades, tanta miseria que ronda nuestro hogar, tantas responsabilidades que cargar. Y sin embargo, estoy seguro que podrías, dejar de pensar un momento en tus problemas, o en tus lujitos, y pensar un poquito en todos, esos todos que somos la humanidad, y que hoy morimos como siempre, la gran mayoría porque no le dieron esperanza de vida, otras porque vivieron sin esperanza, y otras más porque jamás comprendieron que podían tener esperanza. En nuestro país se mueren de frío en Puno, dicen, pero yo digo que no es cierto, se mueren de indiferencia. Se mueren porque el orden económico y criminal que mantiene a la gran mayoría en la miseria seguirá intacto si no hacemos algo al respecto. “Hacer” es una palabra con tantas connotaciones, pero sin duda, nada tiene que ver con ser un simple espectador sino más bien con ser parte de esta historia que construimos juntos.
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